La operación de simulación perpetrada en
la frontera colombo-venezolana fracasó, pero ni sus grandes
planificadores (los gobiernos de Estados Unidos y Colombia) ni sus
mediocres ejecutores (la derecha venezolana) quieren aceptar su parte de
la debacle.
Es algo típico de las derrotas que, como
siempre se ha dicho, son huérfanas. También es un clásico de la clase
política opositora venezolana, experta en eludir las culpas.
Pero junto a esos dos actores de la
fallida operación de bandera falsa debe identificarse a otro, no menos
importante, que jugó un papel primordial en el intento de construir un
acontecimiento que sirviera de casus belli, de detonante de una agresión militar. Se trata de los medios de comunicación social y los influencer
de las redes sociales que se metieron hasta el fondo en ese pantanoso
terreno. Igual que sus pares políticos, ahora se hacen los
desentendidos, miran para otro lado o pretenden –ya en el colmo de la
desvergüenza- seguir alimentando las deshilachadas fake news que lanzaron el sábado.
Para hacer el análisis, caractericemos
con cuidado este actor comunicacional, pues tiene unas peculiaridades
que merecen estudio.
Lo primero que salta a la vista es que
los medios que se encuentran en acción actualmente son de dos tipos: los
medios globales extranjeros y los medios digitales que postulan un
periodismo independiente.
En tanto, los medios convencionales
venezolanos (prensa, radio y TV) están sumamente disminuidos, sobre todo
si se les compara con aquellos que tuvieron la voz de mando en el golpe
de Estado de 2002, el circo de la plaza Altamira, el paro petrolero,
las guarimbas de 2004, el rechazo a la reforma constitucional de 2007,
las infames campañas relacionadas con la enfermedad del comandante Hugo
Chávez entre 2011 y 2013, y la “calentera” caprilista de ese último año.
Los medios extranjeros mintieron sin rubor
Las portadas de esos medios globales,
tanto los españoles como los estadounidenses, otros europeos y los
latinoamericanos correspondientes a los hechos del sábado 23 son un
monumento al antiperiodismo. Contra toda la evidencia que sus
corresponsales y enviados especiales observaron directamente y la que se
difundió a través de numerosos testimonios de videos y fotografías,
esos medios cumplieron al pie de la letra con su parte del plan macabro:
decir al mundo que fue el gobierno venezolano el autor de la quema de
los camiones con ayuda humanitaria.
En su prepotencia, los dueños y
directivos de estos medios consideraron que si todos difundían esta
versión de los hechos, por más que fuera palmariamente falsa, el mundo
la aceptaría sin chistar y, en consecuencia, estaría legitimada la
violencia contra un tirano tan depravado que quema la comida y las
medicinas que una partida de gente buena está tratando de regalarle a su
pueblo.
Pero, un primer balance de lo acontecido
parece demostrar que la operación de bandera falsa fracasó y el intento
de los grandes medios de hacer ver lo contrario también falló.
Habría que realizar encuestas y grupos
de enfoque para comprobarlo, pero algunos indicios permiten implicar que
la gran matriz de los supemedios globales solo fue tragada por las
audiencias extremadamente radicalizadas, que claman por creer ese tipo
de especies, sin importar cuán alejadas de los hechos estén.
Es evidente que los grandes medios
fueron cómplices de un grave intento de crear un motivo de guerra contra
Venezuela. Eso debería conducir a la aplicación de sanciones inclusive
penales, sobre todo si se toma en cuenta la jurisprudencia mundial
existente. Por ejemplo, luego del genocidio de Ruanda, la Corte Penal
especial que lo juzgó, castigó con severas penas a los autores de la
parte mediática de esa desgracia, pues se demostró que, de manera
dolosa, incitaron a una de las etnias a agredir y matar a los
integrantes de la otra.
Claro que sería mucho pedir que se
llegara a ese nivel. Pero las personas que intencionalmente mintieron a
sus públicos respecto a estos hechos deberían ser reprendidos al menos
moralmente. Sabemos que eso no ocurrirá porque uno de los efectos de las
vueltas de tuerca que capitalismo hegemónico ha dado al ámbito de las
comunicaciones en las últimas décadas ha sido el borrar todos los
preceptos deontológicos que alguna vez tuvieron vigencia y que servían
de barrera de contención para los desmanes de los oligopolios
mediáticos. ¿Qué puede esperarse de un mundo en el que la mayor parte
de los medios de comunicación con grandes audiencias son propiedad de
los mismos dueños de las industrias de las armas, la energía, la
alimentación y la banca?
Los medios globales, por supuesto, no
han aceptado su parte de culpa en el fracaso de la operación de la
frontera. Algunos, como se dijo antes, han optado por seguir repitiendo
las fake news, con la esperanza de que se cumpla el principio goebeliano ,y alguna vez se convierta en la verdad aceptada por todos.
Otra parte ha recurrido a uno de sus
viejos trucos: actuar como si esos medios no hubiesen estado
involucrados en el acto de cometer un hecho punible y atribuírselo a un
adversario. Algunos hasta se dedican a criticar a los políticos
involucrados en el hecho, obviando el hecho de que estas noticias fueron
desenmascaradas muy pronto y, a pesar de eso, los medios insistieron en
publicar la versión falsa.
En aplicación rigurosa de los códigos de
ética periodística y hasta de los libros de estilo de los medios (que
son normativa internas autoimpuestas), deberían haber publicado un
desmentido eficaz tan pronto se desmontó la operación. Es más, deberían
haber pedido perdón por tan mala praxis periodística. Pero, una vez más,
sabemos que eso no va a ocurrir.
Nuevos medios, viejos procedimientos
El otro componente de la nueva realidad mediática venezolana son los
medios digitales que se postulan como impulsores de un periodismo
independiente y de investigación.
En vista de su condición de órganos no
oligárquicos, en general dirigidos por comunicadores sociales que antes
fueron empleados de los medios tradicionales, era de esperarse que se
comportaran distinto a como lo hicieron estos en 2002. Pero,
lastimosamente, en la actual coyuntura han tenido la misma actitud de
servir de sostén a una serie de acciones preparatorias de guerra
psicológica y, de manera concreta, a la gran simulación del pasado
sábado, que pretendía detonar el derrocamiento del gobierno nacional.
Los medios independientes cumplieron con
las mismas páginas del libreto que tuvieron los medios globales y los
pocos medios tradicionales venezolanos que aún tienen público.
Frente a los órganos globales, los
medios digitales opositores tienen un agravante: sus directivos y
reporteros son venezolanos. Atizar un casus belli es grave en cualquier
caso, pero hacerlo en contra del propio país llega a ser incalificable.
Estos medios tampoco han querido aceptar
la parte del fracaso que les corresponde. Tampoco han asumido, salvo
honrosas excepciones, la responsabilidad de desmentirse o de hacer
aclaratorias. En varios casos se ha notado la misma conducta de los
medios globales: seguir insistiendo en la fake news, lo cual ya no es un simple pecado, sino una absoluta aberración.
¿Y los influencers? ¡…También!
El tercer actor de la nueva dinámica comunicacional son las individualidades que, por su número de seguidores en las redes, son considerados influencers, un status al que muchos aspiran en estos tiempos.
Pues bien, durante las diversas etapas
del intento de derrocamiento desde el extranjero del presidente Nicolás
Maduro, buena parte de los influencers de tendencia opositora
han actuado de manera idéntica a los grandes medios globales y a los
medios digitales autoproclamados independientes.
Esto fue muy evidente en casos de
inventos como el reclutamiento forzoso de jóvenes o el secuestro de
niños, en días previos a los sucesos del 23 de febrero. Pero ese día,
varios de los influenciadores de la derecha se prodigaron en la
viralización de las fake news que se intentaron a lo largo de
la jornada y, especialmente, se afincaron en difundir la operación de
falsa bandera de la quema de los camiones.
Como gurúes de la comunicación 2.0, muchos influencers
se caracterizan por la misma prepotencia de los grandes medios. En su
fuero interno están convencidos de que cualquier cosa que difundan será
creída, independientemente de que se haya puesto en evidencia su
absoluta falsedad.
Tal vez es por eso que los influencers
tampoco suelen desmentirse ni aclarar nada. Se escabullen, aprovechando
una de las características de las redes sociales, que es lo efímero que
resultan los temas. Buena parte de ellos utilizó otro montaje, el del
periodista Jorge Ramos, para irse por la tangente y seguir hablado de la
“dictadura”.
Ninguno de los infuencers ha
aceptado su tajada del fracaso de la matriz de opinión que se lanzó
desde Cúcuta para criminalizar al gobierno de Venezuela y justificar una
invasión. Pero sí que les toca su parte. Por el bien de su
credibilidad, no deberían hacerse los locos.
(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)
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